¿Opio o Revolución?. Cristianos socialistas en tiempos de la Unidad Popular


 

Finales de 1971: una famosa y abundante barba marcha por Santiago. Fidel Castro, jefe del estado cubano, hace una visita para conocer de cerca la «vía chilena al socialismo». A diferencia del presidente chileno Salvador Allende, Castro no llega al poder en 1959 por las urnas, sino después de una exitosa lucha de guerrillas.

 

 

Mientras que en Chile la reforma agraria y las nacionalizaciones avanzan laboriosamente dentro de las leyes existentes, la Revolución Cubana corta de tajo y desde el inicio con la oligarquía y el legado colonial. Rabiosos, los barbudos también se lanzan contra la Iglesia Católica, tildada desde el inicio como reaccionaria.

  

No obstante, Castro se muestra en Chile un poco más cauteloso con sus críticas a la religión. Un grupo llamado «Cristianos por el Socialismo» quiere conocerlo. Durante días el comandante busca sin éxito alguna sotana negra, y cuando finalmente encuentra una, se le escapa lo siguiente:

 

“Me tienen ustedes confundidos; déjenme decirles que si me dicen que ustedes son el grupo de curas revolucionarios, yo no los conozco. Ha cambiado esto tanto desde que yo estudiaba en los colegios religiosos. Ahora no les veo ninguna sotana… Les voy a contar lo que me pasó: llego a la Universidad Técnica, voy subiendo por una escalera, veo allí cuatro tipos y me imagino que son curas, con unos vestidos negros largos; los saludo, les he mirado a la cara y … era el conjunto de los Quliapayún.”
 

Una iglesia en un viaje de auto-descubrimiento


 
No sólo el código de vestimenta religiosa cambió a principios de los 70. La Iglesia Católica está en medio de un proceso de renovación – y de modo no enteramente voluntario. En muchos lugares se ha producido ya la separación de la Iglesia y el Estado. En Chile, desde 1925. Las diócesis pierden influencia y poder, de modo que, para seguir siendo una fuerza social relevante, los pastores y obispos se ven obligados a ofrecer mejores respuestas a la sensibilidad de su rebaño.

 

 

Contrariamente a la creencia general, los sacerdotes y pastores no son particularmente activos en las zonas rurales o en los crecientes barrios marginales de las ciudades. Y sin embargo, es precisamente allí donde surgen nuevas organizaciones entre los trabajadores agrícolas y los colonos, que defienden una vida digna en la tierra. Los fundamentos, en una palabra, se están desmoronando. El Papa Juan XXIII convoca así al segundo Concilio del Vaticano entre 1962 y 1965: los dogmas de la iglesia deben ser renovados. Las comunidades de base cristiana, sobre todo en Sudamérica, proponen el diálogo como fundamento de un compromiso más secular del clero en torno a la lucha contra la pobreza. Así lo formula el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez:
 

«No se puede decir a los pobres que Dios los ama y dejarlos morir de hambre al mismo tiempo.»
 

 

Tanto el Concilio como una Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en 1968 en Medellín, Colombia, son impulsos importantes para una nueva interpretación del mensaje cristiano. Pronto, este llamado teólogo de la liberación daría forma, a su vez, a la autoconcepción de muchos sacerdotes europeos.
 

 
Ya en los años 50 surgen en el Viejo Mundo corrientes como la Nueva Teología, y organizaciones como la Hermandad de Emaús, que proponen un giro hacia los problemas mundanos. También los seminaristas de América Latina participan en los debates de las facultades de teología, en particular en Bélgica y Francia. Además de Gutiérrez, está entre ellos el colombiano Camilo Torres, que más tarde será conocido como sacerdote guerrillero, y el chileno Mariano Puga. Puga describe su estancia en Europa como una época en la que cuestionó muchas certezas de su fe:
 

 
“Me mandan a Paris a estudiar liturgia en el preconcilio y para mí, el estudio de la liturgia, es decir de las fuentes de la liturgia cristiana, me llevaron a estudiar la liturgia en el Evangelio era hablar de las primeras comunidades cristianas, se trataba de gente que quería vivir el Evangelio de Cristo, de gente para ser cristiano había que desapropiarse de los bienes, compartirlos y a un rico se le decía que si no compartía los bienes con los pobres, no podía ser discípulo de Jesús.”

 

Para los jóvenes aspirantes a sacerdotes de Europa, las recomendaciones del Concilio Vaticano II tienen consecuencias bastante prácticas: se les anima a ir a América Latina, donde se necesitan urgentemente sacerdotes, especialmente en las zonas rurales. Entre ellos está el joven jesuita Toon Mondelaers de Lovaina, Bélgica:

 

 

“No era la mayor inspiración, la inspiración era simplemente, América Latina necesita sacerdotes, yo quiero ir fuera de Bélgica y me fui a Chile. Como sacerdote uno no tiene ninguna formación en lo que es política, sociología, etc, etc, todo es doctrina cristiana, filosofía, doctrina cristiana, etc. Yo llegué a Chile como un hombre de buena voluntad, con la convicción de que la iglesia tenía la razón.”
 

No sólo los hombres se van a Chile. Por convicción cristiana, pero en condición trabajadora social y no de monja, también se dirige al sur la entonces joven de 30 años, Maruja Braekman:
 

 
“De repente yo creía otra cosa con mi vida, entre ahí en eso vivimos con tres o cuatro mujeres juntos y para empezar era como un experimento y ahí me quedé 10 años y a la entrada tenías que decir si tú tienes ganas para salir afuera a otro país, tú podrías notar qué país entonces en ese tiempo vino un belga que vivía en Chile y él nos contó algo de Chile y tanto entonces yo anoté si voy a salir será elegido Chile.”
 

Revolución en la libertad

 

 

El despertar de la Teología de la Liberación en Chile es frenado primero por los demócratas cristianos gobernantes (1964-1970). El gobierno del Presidente Eduardo Frei inicia programas de alfabetización y una serie de reformas sociales, siempre con una intención dirigida a la igualdad de clases. El Estado interviene, pero las condiciones imperantes no se cuestionan en lo fundamental. Para algunos cristianos políticamente comprometidos, esto resulta insuficiente. Así lo analiza el historiador español Mario Amorós en su artículo «La Iglesia que nace del pueblo»:

 

 

“Aunque desde mucho antes algunos cristianos se habían comprometido con la transformación socialista de la sociedad chilena y qué mejor ejemplo que Clotario Blest, ex seminarista y primer presidente de la Central Única de Trabajadores, el “diálogo” entre marxistas y cristianos en Chile tuvo como año decisivo 1965. Si en septiembre de 1964 los creyentes votaron en masa a Eduardo Frei para impedir la victoria de Allende bajo la presión de una feroz campaña del terror contra el “comunismo ateo”, en abril y mayo del año siguiente marxistas y cristianos se manifestaron por primera vez de manera unitaria para condenar la invasión norteamericana de la República Dominicana, que derrocó al presidente constitucional Juan Bosch e implantó el régimen represivo de Joaquín Balaguer.”

 

La cuestión no se queda en meras manifestaciones. El 11 de agosto de 1968, un grupo llamado Iglesia Joven ocupa la Catedral de Santiago durante 14 horas. Las más de 200 personas involucradas celebraron una misa de alto perfil contra la guerra de Vietnam y por la clase obrera latinoamericana. Frente a la iglesia, su mensaje blasonado en grandes letras: «Por una iglesia al lado de la población y sus luchas. Justicia y amor». El cardenal Silva Henríquez, apoyado por el presidente Frei, amenaza con un violento desalojo. Poco antes de la fecha límite, la Iglesia Joven se retira.

 

No obstante, el descontento crece en muchas comunidades cristianas. Las mujeres chilenas comienzan también a dudar de los dogmas morales-religiosos y se interesan cada vez más por las cuestiones políticas y sus derechos sociales. Maruja Braekman recuerda que esto también se notaba en las aldeas del sur del país. Y, en ocasiones, ayudaba a que así fuera …

 

 

“Primero fue todavía en la presidencia de Frei. Allí fue que empezaron a funcionar bien los centros de madres. Pero las mujeres que asistían estaban aún muy rezagadas. No estaban tan pendientes de la situación en Chile, de la situación política. Poco a poco, mientras tejíamos, yo empecé a hablar de la situación. Ahí empezó de a poco, porque era un trabajo lento, pero resultó.”

 

 

Por otro lado, la escisión de los Demócratas Cristianos progresa rápidamente. Los pobres resultados de las elecciones parlamentarias de 1969, y una brutal operación policial contra los ocupantes ilegales urbanos cerca de Puerto Montt, llevan a dos de las tendencias de izquierda a romper con el partido. El movimiento de la Unión Popular Unitaria (MAPU) y la Izquierda Cristiana, se unen rápidamente a la campaña electoral de la Alianza de Izquierda Unidad Popular (UP). Jóvenes clérigos, que se autonombran «sacerdotes trabajadores», participan en la campaña electoral. Entre ellos está el joven catalán Antoni Llidó, que describe con diversión, en una carta a su familia, las estrategias de persuasión política:
 

“Andábamos convenciendo a las viejas beatas para que votaran por Allende, pues de lo contrario se iban a condenar sin remedio.”
 

Los cristianos de la Unidad Popular

 

Después de la victoria electoral de la UP, los religiosos no vuelven a los púlpitos. La compatibilidad de la fe y las convicciones marxistas es objeto de muchos debates, entre ellos el llevado a cabo en la primavera de 1971: una reunión histórica de 80 sacerdotes comprometidos, entre los que se encuentra presente Mariano Puga:
 

 
“Nos vamos a juntar algunos curas de las barriadas para reflexionar sobre cuál es nuestra tarea ahora en un Chile que quiere ser socialista y nos juntamos ochenta curas y la reflexión fue en qué nos desafía a nosotros, servidores del evangelio liberador de Jesús el contexto de socialismo a la chilena en que se optó después de las elecciones, entonces los periodistas nos pusieron “cristianos por el socialismo”, ellos. Entonces cada vez que nos preguntaban de qué partido somos contestábamos “de ninguno, pero estamos por el socialismo” pero sí está condenado. La práctica del socialismo no está condenada en ninguna parte, ¿qué es lo que quieren ellos? lo mismo que quería Jesús, un mundo de iguales, un mundo de hermanos, un mundo fraterno el socialismo está más cerca del cristianismo que el capitalismo.”

 

 

Sólo dos semanas después de la reunión de Los Ochenta, marcha el cardenal Raúl Silva Henríquez junto con el bloque sindical, en la manifestación del Día del Trabajo – los socialistas cristianos parecen estar ganando influencia. Poco después, en un texto conjunto, los obispos chilenos condenan cualquier actividad política de los clérigos y alertan sobre la colaboración con las fuerzas socialistas.

 

Pero la amenaza no amedrenta. Por el contrario, un poco más tarde se funda un segundo grupo, esta vez está formado por 200 clérigos, y que – al contrario que Los Ochentas – no se apoya tanto en intervenciones políticas y sociales, sino que examina críticamente las estructuras y conceptos internos de la Iglesia Católica. La argumentación se basa en el principio bíblico que establece que la Iglesia debe tener la pretensión de crear «un nuevo cielo y una nueva tierra». De esto, los teólogos críticos extraen conclusiones bastante prácticas: todos los cristianos están obligados a luchar por la liberación y contra los «ídolos» del mercado.

 

 

Mariano Puga participa intensamente en este debate. En 2016, en una entrevista con el teólogo de izquierdas Michael Ramminger, recuerda los aportes del clero internacional, sobre todo el caso del intelectual brasileño Hugo Assmann, que vivió en Chile durante la Unidad Popular. Puga recuerda a Assmann y otros,

 

„ …que se manejaban muy bien en marxismo, en las grandes revoluciones…..ese sector nos hizo un bien inmenso…porque fueron los que nos fueron informando en la revolución rusa, en las repúblicas socialistas de Europa, en las tendencias.“

 

El jesuita belga Toon Mondelears no ve mucho de ello en el sur de Chile. Su misión es transformar a los estudiantes de Concepción en fieles visitantes de la iglesia parroquial de la universidad. Y, de hecho, recibe muchas visitas, especialmente de los partidarios del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR).

 

 

“Y era el movimiento que conquistó más y más y más influencia y aún mis alumnos de la universidad, católicos en la parroquia universitaria, estaban bajo la influencia del MIR y por ejemplo ciertos alumnos se metieron en el MIR y fueron militantes del MIR, se fueron a formar a Cuba, de Cuba me enviaron cartas, etc. Se formaron en Cuba y volvieron, de tal manera que los alumnos mismos que estaban más y más bajo la influencia del MIR y la ideología Marxista, nos ensenaron a nosotros tengan cuidado y vean la realidad cómo es y no sean doctrinarios, que a partir de la doctrina lo saben todo, entonces nos iban mostrando la realidad como era. Y empezamos gran contradicción en Concepción a organizar cursos de marxismo en la parroquia, para nuestros alumnos en la parroquia.”

 

Fascinado, el economista y teólogo alemán Franz Hinkelammert observa este diálogo cristiano-marxista, que en septiembre de 1971 conduce a la fundación oficial del grupo Cristianos por el Socialismo (CpS). Hinkelammert está en el país como especialista de la Fundación Konrad-Andenauer (KAS). En ese momento, la fundación estaba interesada en la línea reformista de la Democracia Cristiana Chilena y se abrió al diálogo con las ideas de la izquierda. Hinkelammert analiza, observa y discute los intercambios entre los sindicatos democristianos, grupos de investigación marxistas y economistas críticos: dondequiera que surjan movimientos, él quiere estar presente. En el mismo sentido, sigue muy de cerca la visita de estado del líder revolucionario cubano Castro en noviembre de 1971:

 

 

«Eso también fue interesante, cuando Fidel Castro estaba en Chile. La política hacia las iglesias cambió completamente en Cuba después de eso. Cuando fue su turno de hablar, el ejemplo que le vino a la mente fue el de los cristianos en los dos primeros siglos contra el Imperio Romano, que fueron perseguidos allí. Esa era la imagen con la que siempre empezaba o a menudo empezaba. Pero cuanto más lo hacía, más se lo tomaba en serio. Fue algo muy interesante, la presencia de Fidel Castro en Chile. No podía presentar el socialismo de tipo soviético allí, porque no se trataba de eso. Así que fue completamente claro y respetó eso. Era absolutamente aceptable para él».

 

Por invitación de Castro, una delegación del CpS visita Cuba en febrero de 1972. Los visitantes acuden a las cosechas de azúcar y se familiarizan con la realidad social de la isla caribeña. En una declaración final conjunta, condenan el capitalismo como la fuerza motriz del subdesarrollo y admiten una complicidad histórica de la iglesia – muy a disgusto del clero tradicional en Chile.

 

Del cuerpo revolucionario del pueblo a la teología de la masacre


 

Cuando CpS organiza, en abril de 1972, el primer encuentro latinoamericano de cristianos revolucionarios en Santiago, la dirección de la iglesia se distancia y alienta a las diócesis de los países vecinos a no participar. Sin embargo, el apoyo es prominente: entre otros, el del obispo mexicano Sérgio Méndez Arceo. Al final, participan en el evento más de 400 delegados e invitados de América Latina y el mundo.

 

 

Ambos lados evitan una confrontación abierta durante los meses siguientes. Pero las diferencias entre la teología de la liberación y la «teología de la opresión» (en palabras de Hinkelammert), se hacen evidentes. Mientras que CpS entiende la sociedad capitalista como violencia estructural, el Cardenal Silva Henríquez defiende discretamente la desigualdad social en un mensaje de Pascua:

 

«Cuando hemos defendido el valor de la propiedad, hemos pensado especialmente en la posibilidad y el derecho de todos.»

 

Ante el llamado de CpS a todos los cristianos a participar en la lucha por un mundo más justo a través del amor fraternal, el Cardenal responde en junio de 1972 con una larga declaración escrita. En ella, entre otras cosas, se dice

 

«La existencia de una sociedad sin clases es utópica e inalcanzable según la doctrina de la Iglesia, porque no se basa ni en la naturaleza del hombre ni en la de la sociedad: prescinde de una separación y de una tensión necesarias para el progreso social, que según el juicio de la Iglesia están enraizadas en la naturaleza del hombre y de la sociedad misma».

 

Los sacerdotes trabajadores que provenían de otros países representaban un dolor de cabeza para el clero conservador. Su compromiso es visto como una interferencia, y así lo advierte Silva Henriquez en el mensaje de Navidad de finales de 1972,

 

«para evitar que los valores, costumbres y poderes extranjeros nos hagan olvidar lo que es nuestro, esta totalidad que llamamos chilenidad»

 

 

Ejemplar en esta línea son los despidos de los sacerdotes obreros catalanes Ignacio Pujadas y Antonio Llido, quienes debían ser expulsados del país. Llido, sin embargo, permanece en su parroquia base de O’Higgins, donde asume funciones de dirección en el MIR, publica una revista de teología de la liberación y coordina el comité de suministro local JAP, para asegurar una distribución justa en caso de escasez de alimentos.

 

En Temuco, Maruja Braekman también participa en el comité de suministro local. Durante su primer año de estancia, se dedica principalmente al problema endémico de la violencia doméstica y alienta a las mujeres a ser más activas políticamente. Se trataba, entonces, de frustrar el plan derechista de usar la escasez artificial en los servicios básicos para poner a la población en contra del gobierno.

 

 

“Tenía que tener gente también que podía estar ahí también cuando llegó todo lo que llegó también por la población, yo tenía una carnicería una tienda donde se vendía todo entonces yo tenía, necesitaba gente para vigilar un poco porque la señora que tenía la tienda de todas las cosas así, esa mujer era demócrata cristiana y su marido trabajaba en la armada, entonces yo tenía ahí frente a mí una mujer realmente más que conservadora que ella enojada conmigo y la vecina también por la JAP porque ahí la JOC estaba vigilando eso.”
 

 

En todo Chile, trabajadores sociales cristianos y sacerdotes obreros participan en la ardua tarea de defender la Unidad Popular contra actos de sabotaje y propaganda política. Participan en cursos de alfabetización, ocupaciones de tierras y asentamientos sindicales. En Santiago, el grupo de CpS continúa actuando como mediador entre los campos políticos cada vez más polarizados, incluso en los acalorados debates sobre la reforma de la educación.

 

Pero el tiempo para el compromiso ha terminado. En la catedral de Santiago se queman panfletos del sacerdote obrero Llido durante el servicio; Pablo Richard, teólogo de la liberación chileno, acusa una campaña pública de la Fundación Konrad Adenauer contra los cristianos socialistas, que pretende desviar la atención de la ruptura interna de la democracia cristiana. Y el 5 de septiembre de 1973, el prominente predicador del odio Raúl Hasbún subraya en televisión la demanda de la derecha chilena dirigida al presidente Allende: Renuncia o suicidio.

 

Seis días después, un golpe militar sacude a Chile. Mientras el ejército utiliza la persecución, el asesinato y la tortura contra parte de la población, el sacerdote de los trabajadores Mariano Puga se sorprende al ver cómo otros celebran:

 

 

«Caminé por el centro [de Santiago] y pasé por la Avenida República. Había una mujer de pie en la calle agitando la bandera chilena. Le grité: «En este momento los chilenos están matando a otros chilenos. Sea cual sea tu posición, baja la bandera». Pero la señora siguió agitando la bandera. La gente bailaba en las calles, agitando banderas chilenas. Llegué a Villa Francia, donde sólo había chozas de pobres, y vi un centenar de banderas. Me tumbé en el suelo de mi habitación y lloré. Este fue mi 9/11.»
 

 

La noche del Golpe de Estado se impone un toque de queda. Desde la calle, el ruido de los tanques y los disparos penetran en los salones. Como mucha gente, Franz Hinkelammert se sienta frente al televisor y graba atónito la emisión del Canal 13, la única estación de televisión que sigue en el aire. Más tarde desarrollará el concepto de una «Teología de la Masacre» basada en las transcripciones. Ese día, sólo se puede escuchar una voz en el Canal 13, la del padre Hasbún:

 

“No tengan miedo, ustedes valen más que una multitud de pájaros. En el mundo tendrán que sufrir, pero conserven el valor. Yo he vencido al mundo.“
 

La Vicaría de la Solidaridad, Cristianos por el socialismo en Europa y DEI

 

 

“La mayor parte de los curas de los Cristianos por el Socialismos, todos fueron expulsados o muertos. La limpieza de la iglesia de los curas progresistas era profundo, toda la gente que vivía en las poblaciones tuvieron que salir del país.”

 

Toon Mondelaers es uno de los cientos de sacerdotes indeseables después del Golpe de Estado en Chile. En un decreto del 13 de septiembre de 1973, la dirección de la iglesia deja claro que de ahora en adelante ningún sacerdote puede pertenecer a los Cristianos por el Socialismo. El Cardenal Silva Henríquez se deja citar en esas palabras: espera más de los golpistas que de Allende…

 

Sólo unos pocos clérigos internacionales se atreven a quedarse en Chile. Continúan su trabajo de solidaridad en los barrios pobres y evitan el revuelo político. Los compañeros de armas chilenos de CpS también organizan una red secreta. Mariano Puga describe las primeras semanas después del Golpe:

 

 

“Empezó este cordón de curas alrededor de Santiago. O sea, La Legua, La Victoria, nosotros, Pudahuel Sur, La Pincoya, (…) y nos empiezan a pedir los partidos, nos pueden ocultar a tal, «oigan, ustedes que están metidos con nosotros. ¿nos pueden ocultar a tal?”. “Oigan a este lo están persiguiendo pa matarlo» (…) oigan «tú crees que ese que está perseguido es Cristo? ¿lo creí o no? No, entonces no te pido nada. ¿Lo crees? Sí ¿tú estás dispuesto a guardar un tiempo a una persona? Sí, tráemela» (…) como yo le pego a las lenguas, yo iba a tomar contacto con las embajadas, y entonces nos decían los embajadores «Nosotros convidamos a los pacos a tomar desayuno, y mientras ustedes lo meten por detrás». Empezaron las formas de las Vicaría de la Solidaridad, ahí empezaron las comunidades cristianas a hacer los espacios de los Derechos Humanos.”
 

 

Hoy en día, esta historia se cuenta a menudo como si la Vicaría de la Solidaridad hubiese nacido de una iniciativa personal de Silva Henríquez. El hecho es que a partir de cierto punto, el Cardenal utilizó su influencia política para ayudar a los perseguidos por la dictadura cívico-militar y para dar a conocer los crímenes internacionalmente. Pero no se opuso al régimen desde el principio, y las personas que arriesgaron sus vidas en la lucha armada contra la dictadura nunca esperaron ayuda de Silva Henríquez.

 

En Europa, muchos de los antiguos sacerdotes internacionales se vuelven activos en los comités chilenos. Se encargan de los chilenos exiliados: encontrarles apartamentos, lugares de trabajo y plazas de estudio. Tratan, también, de continuar con el trabajo teológico de la liberación. Toon Mondelaers dice:

 

 

“Nosotros creamos el Movimiento Cristianos por el Socialismo aquí en Europa. Eso fue el aporte, aportamos algo en Chile, fuimos mas bien beneficiarios de la historia de Chile, el Chile de siempre lo hacen los chilenos, partidos de oposición, no el aporte, yo aprendí de América Latina lo que es la teología de la Liberación, lo que es otra lectura de la Biblia, otra lectura del evangelio, etc, etc.”

 
 

 
Franz Hinkelammert también continúa sus reflexiones teológico-económicas. En Costa Rica funda el Instituto de Investigaciones Interdisciplinarias y Ecuménicas (DEI) junto con Pablo Richards (ex Secretario General de los Cristianos), Hugo Assmann y otros. A partir de aquí, desarrolla sus reflexiones sobre la idolatría y hace importantes contribuciones a la crítica de la globalización.

 

Incluso hoy en día existen grupos aislados, especialmente en Europa, que se llaman a sí mismos cristianos por el socialismo. Sin embargo, en contraste con la corriente teológica de liberación de la Iglesia Católica, ya no juegan un papel político. Sus representantes han perdido, en su mayoría, la «brújula socialista». El teólogo crítico Michael Ramminger encuentra que CpS no fracasó por sus «instrumentos marxistas», sino por el violento golpe de estado y la resistencia de las jerarquías eclesiásticas. Vale la pena, a pesar de todo, tratar más intensamente las ideas del grupo:

 

«Para todos los cristianos, sin embargo, que aún conocen la idea bíblica de un mundo de autonomía e igualdad, CpS sigue siendo, como se dice en la teología política, una ‘memoria peligrosa’ en un doble sentido. La CpS nos recuerda que el camino bíblico de la justicia es peligroso porque es existencialmente perjudicial para la fe y la vida de uno. Y porque puede convertirse en un camino que pone en peligro tu propia vida. Ese es el precio de la credibilidad, un precio, por cierto, que deben pagar todos los que trabajan por un mundo justo».