Entrevista al escritor argentino radicado en Colonia Rodrigo Díaz

   Cada 24 de marzo se cumplen 9 meses de espanto en Argentina. Desde el 2002 es el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Día en el que se recupera un poco a las víctimas de la última dictadura militar que usurpó el gobierno del Estado nacional entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983.

Matraca conmemora este día entrevistando a un escritor comprometido, familiar de desaparecidos de aquella dictadura, que acaba de publicar su último libro: AF No ha pasado nada . La historia sucede en Colonia, Alemania y tiene mucho, muchísimo de influencia de lo que en aquellos años pasó en la Argentina.

Nacido en Tandil, como Juan Martin del Potro y Paolo el rockero.

   Mis papás se conocieron estudiando en Córdoba y ahí nació mi hermano mayor. Pero, en los primeros años de la dictadura, quedó claro que no iban a sobrevivir si se quedaban en esa ciudad. Así que se refugiaron en Tandil, donde vivían mis abuelos, y ahí nací en 1981. Cuando las cosas se calmaron, nos fuimos para Salta, la ciudad donde había nacido mi papá y después a Mar del Plata. Ahí hice el bachillerato y me licencié en Letras. A los 26 me vine a Alemania siguiendo a un amor. Me casé, me divorcié y, entre tanto, cuando no estoy escribiendo, me gano la vida como docente.

Nos une como muchos argentinos y argentinas de nuestra generación un pasado de familiares víctimas del terrorismo de Estado. También una historia de migración que comienza en las costas marplatenses y termina para él en el Rin, para mí en el Spree.

Nos conocimos caminando por las calles del barrio berlinés de Prenzlauer Berg. Nos juntó acaso el primer escrache a un genocida argento made in Germany (SIC?). Era el inicio de actividades de la agrupación HIJOS Berlín y se repudiaba la presencia en el barrio de Luis Esteban Kyburg, ex represor de alto rango de la dictadura argentina. 

   Esta persona está procesada por numerosos delitos de lesa-humanidad cometidos durante la Dictadura Militar Argentina y se escapó de la justicia. Entre las acusaciones, está la desaparición forzada y el asesinato de mi tío, Omar Alejandro Marocchi, y su pareja, Susana Valor, embarazada de algunos meses al momento de su desaparición. Después de que Argentina sacara el pedido de captura internacional, Interpol lo encontró en Berlín hace varios años ya. Pero, como Kyburg tiene pasaporte alemán, no se aceptó el pedido de extradición consecuente y hubo que presentar cargos frente a la justicia alemana. Mi mamá es querellante junto con Abuelas de Plaza de Mayo y yo la he acompañado en lo que he podido.Para mí fue muy movilizante todo el asunto ya que sentí que este trauma familiar había venido a buscarme al país que elegí como mi segunda casa.

Te considerás un escritor latinoamericano militante como indica el manual?

   En el 76, como dije, desapareció el hermano de mi mamá y ese hecho marcó la historia de mi familia. Durante mi niñez y mi adolescencia acompañé a mis padres en su militancia y en la Universidad de Mar del Plata fui uno de los fundadores de la lista Rodolfo Walsh.

En Alemania mi participación política se vio reducida a las interacciones cotidianas, pero cada vez entiendo más la literatura como una herramienta política. En esta convicción se basa mi última novela y, por lo menos, los dos libros que vienen. Además, participé en la fundación del Grupo Lautaro, un colectivo que quiere apoyar la producción de arte hispanohablante en esta parte del mundo, pero también poner de relieve la función política del arte.

Desde hace muchos años existe en esta ciudad la tertulia “La ambulante” que creó el escritor peruano Walter Lingán. Esta tertulia es una institución dentro de la cultura hispanohablante de la ciudad y la zona. Y ahora, junto con Walter, acabamos de fundar este Grupo Cultural Lautaro que es un colectivo de escritoras, escritores, músicas, músicos y artistas que busca dar a conocer su trabajo y abrir espacios de debate social. Recién estamos empezando, pero estamos muy contentos con los resultados. Si alguien tiene interés, puede visitar nuestra página: www.grupolautaro.org.

 Y bueno, la vida me ha obligado a retomar cierto grado de militancia, como el escrache donde nos conocimos.

Antes de hablar de tu nuevo libro: AF No ha pasado nada. Contame cómo te fuiste interesando en la escritura 

   Empecé a escribir de chico. Por qué escribir es una muy buena pregunta que ya no me hago. En la adolescencia y durante el estudio me resultaba muy extraño que alguien pudiera decidirse a escribir, o, mejor dicho, a hacer público lo que escribe. Sentía que uno tendría que estar obscenamente seguro de lo que tenía para decir para ofrecérselo al mundo. Y tampoco creo que haya que tener una razón para escribir, de la misma manera en la que no hay que tener una razón para cantar o para bailar. Contar historias es una actividad que siempre nos ha acompañado y siempre lo va a hacer. Es una de las formas de comunicación más básicas que tenemos. Contar historias vale la pena por el solo hecho de contar historias.

Qué autores fueron marcando tus pasos 

   Hubo varios autores que me marcaron en diferentes etapas de mi vida. Lo primero que leí con obsesión fue Mafalda. Cuando Quino fue a Ferinoa (una feria muy grande que se hacía en Salta) lo obligué a firmarme cada uno de los cuadernitos.

Después leí clásicos latinoamericanos y así descubrí El lugar sin límites de Donoso y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Hay que decir que el peruano no me cae muy simpático, pero ese libro y La guerra del fin del mundo me parecen impecablemente escritos. Después me volqué a los extranjeros. Creo que primero con Gunter Grass y por casualidad. Un día descubrí una edición de Años de perro en una librería de usado. Durante años pensé que la traducción la había hecho un disléxico hasta que supe lo suficiente de alemán como para hojear una edición en idioma original. Para mi sorpresa, entendí que así era como escribía Gunter. Dos más de habla alemana: Daniel Kehlmann y, el amor de todo adolescente, Franz Kafka. Kehlmann es para mí uno de los mejores autores vivos. Muy gracioso, muy inteligente. Una pluma muy liviana para el sarcasmo. Y Kafka es Kafka. Creo que todos quisimos escribir como él durante la adolescencia. Yo sostengo que hay dos tipos de gente que escribe: las narradoras y narradores, es decir, quienes cuentan una historia, y Franz Kafka. De todas las personas que he leído, él era la única capaz de escribir ficción sobre ideas y no aburrir en el proceso. Bueno, Borges hacía lo mismo, pero el argentino lo hacía sobre ideas clásicas, ideas que habían tenido otros hacía mucho tiempo. Kafka le cantó al mundo moderno sus cuatro verdades desde una ficción fascinante. Como buen latinoamericano de mi generación, he intentado copiarle algunas cosas a Bolaño. 

La tranquila y pintoresca ciudad de Colonia, al centro Oeste de Alemania, se ve sacudida por una serie de asesinatos cuyo denominador común es que las víctimas tienen origen argentino. La historia obliga al lector a permanecer hasta el final preguntándose cuál es el móvil de estos crímenes, quiénes están detrás de todo y a diferencia de lo que sucede en la realidad, cuando a menudo nos distraemos con la punta del iceberg, nos ofrece un contexto que invita a reflexionar sobre uno de los mayores flagelos de nuestros tiempos. 

AF es una historia fuerte. Una sátira policial que utiliza la violencia como recurso para aferrarse al paisaje urbano actual y al terrorismo (término cada vez más ambiguo) como símbolo preferencial de agite de las impolutas calles de la Europa central. Cómo se te ocurrió?

   El libro lo empecé a escribir a principios del 2018. Más exactamente, el 8 de febrero. Lo sé con exactitud porque ese es el primer día de la novela y empecé a escribir en el “tiempo real”, digamos.

Los motivos principales fueron la impotencia y el enojo. En 2018 el neoliberalismo y la extrema derecha estaban haciendo estragos en varios rincones del mundo. En Argentina, el gobierno de Macri estaba endeudando el país de una manera fabulosa (literalmente hablando), en Brasil Bolsonaro amenazaba con matar a todos los miembros del PT, en Chile Piñera se plantaba como el hijo prodigo del libre capitalismo (cuando se piensa en Chile y en sus protestas, no hay que olvidar, por ejemplo, que la totalidad del agua en el país está privatizada; al suroeste de los Andes no existe un suministro estatal), en Alemania la AFD tenía un 13% de intenciones de voto y en Francia Le Pen acababa de salir segunda en las presidenciales. Y todo era comentado en Twitter desde la Casa Blanca. Era todo tan ridículo y tan sarcástico. Para mí, lo peor era ver como sufría mi familia, mis amigos y la gran mayoría de los argentinos. El poder adquisitivo cayó en picada y una minoría se enriqueció groseramente. Todo apoyado desde grandes medios con un cinismo espeluznante.

Particularmente, la gota que rebalsó el vaso fue una corrección de la revista Forbes. En 2017 Oxfam había publicado que 8 personas tenían tanto capital como la mitad más pobre del mundo y esto llevó a discusiones. Forbes dijo que ese informe se basaba en un uso tendencioso de los datos. Según la revista, eran 60 las personas que poseían tanto capital como la mitad más pobre del mundo. A principios del 2018 estos números volvieron a salir a la luz cuando Oxfam publicó que, siendo absolutamente conservadores, se podía asegurar que 40 personas eran tan ricas como la mitad del mundo.

Cuando leí esta discusión, yo no podía creer tanto cinismo. ¿Puede alguien realmente pensar que hace alguna diferencia si son 8, 40 o 60? Me parecía asombroso que podamos combinar semejante repartición de la riqueza con nuestros supuestos valores demócratas occidentales. Y lo más terrible es que lo hacemos defendiendo el derecho a la igualdad y a la libertad. Así se dicen cosas como “Jeff Bezos es libre de poseer 100 veces más de lo que Etiopía gasta en salud en un año” (dato cierto). “Todos somos iguales ante la ley. Si no quiero que me saquen los 1000 euros que gano al mes trabajando en un supermercado, tengo que defender los 4 millones de dólares que Larry Fink gana en 30 días realizando especulaciones inmorales ”(otro dato verídico). Este cinismo y esta aceptación tan absurda dentro de los parámetros que creemos que nos rigen, fueron el puntapié inicial que me llevó a pensar en una sátira macabra.

Dentro de la novela pasan cosas salvajemente cotidianas. Hay líneas para la alienación que genera el placer, la solidaridad, la lealtad y al mismo tiempo las traiciones más venenosas. ¿Qué personajes te generaban más placer al momento de ir construyéndolos?

   Roberto que es un lector de español en una universidad alemana y ese ha sido mi trabajo por más de diez años. Fernando es un escritor argentino semi desconocido radicado aquí en esta ciudad, oficio que ejerzo desde hace bastante. Comparto muchas cosas con ellos y, en algunos aspectos me he usado de modelo. Pero no me caen bien. Roberto se victimiza demasiado y, si bien Fernando es gracioso y querible, también es una caricatura de la argentinidad mal entendida. Hay que pensar que la idea del libro era que no se salvara nadie. Yo incluido. Todos los personajes están, en alguna medida, ridiculizados.

Pero los dos más queribles para mí son dos mujeres. Ruth, la policía, y Victoria, una muchacha de 18 años que tuvo que dejar La Plata después de las inundaciones. Son los dos únicos personajes que no fueron abofeteados por la pluma del autor, para expresarlo de alguna manera. Y a Victoria le tengo un cariño especial. Me cae bien. Creo que tomé algunos aspectos de mi hermana para darle vida y, si bien su historia solo aparece al margen de la trama principal, su tragedia ayuda a hacerla muy humana.

Desde un punto de vista literario, creo que los personajes mejor armados son los más detestables. Un buen ejemplo es el nazi Blumenthal. A mí personalmente se me hace espeluznantemente convincente y esto me da un poco de miedo, porque siempre digo que, para escribir sobre un nazi, hay que sacar el nazi que uno lleva adentro. Al parecer, mi nazi interior es de cuidado.

También me gusta cómo está lograda Briseida. Ella conjuga las peores cosas de una argentina trepadora, insulsa y a la que poco le importan las otras personas. Todos conocemos personajes de ese tipo y existen en cualquier parte del mundo, pero tengo la sensación de que en nuestro país abundan un poco más que en otros rincones.

Uno de los temas que me gustaría preguntarte es sobre la mención recurrente entre civilización y barbarie que en más de una ocasión, a través de los diálogos plantea la historia (“Alemania del Este”, “los polacos”, “los inmigrantes”… y por otro lado los „locales“ … “los alemanes”. Según la historia, los alemanes tardan en movilizarse hasta que ven que las víctimas comienzan a parecerse a „ellos“ … crees que en la vida real pasaría así?

   Creo que todos tardamos en movilizarnos mientras no generamos empatía. Y creo que la empatía es difícil. Hay dos sociedades que conozco y en las dos funcionan mecanismos diferentes, pero con resultados similares. En este país, hay una especie de convicción colectiva de que los alemanes son mejores que el resto del mundo. Son trabajadores, son estructurados, son eficientes, pero sin ser mojigatos prácticos como los ingleses. Porque no todo acá es trabajo: el buen alemán sabe alcoholizarse y la filosofía que no ha salido de Grecia viene de estas tierras. Y eso por no hablar de la música clásica o de la poesía.Para muchas personas que viven por acá, esto es una verdad indiscutible: los alemanes son mejores que el resto del mundo y han sabido crear una de las sociedades más civilizadas que existe. Son correctos. Son como se debe ser. Es por eso que ayudan a los más necesitados que han tenido la desgracia de nacer en sociedades primitivas, casi tribales, movidas por pasiones más que por el pensamiento racional. El alemán es tan humano y tiene tanta comprensión y buena voluntad que se apiada del Lumpenproletariat incivilizado, aunque, si nos sinceramos, sería mucho mejor si no existiera. Si hasta se aprovechan a sabiendas del trabajo y la bondad germanas. ¡Qué hermoso sería el mundo lleno de eficientes poetas trabajadores, de Kants, de Nietzsches, de Hölderlins, de Beethovenes! ¡Qué hermoso sería lleno de alemanes! Por supuesto, esto es una caricaturización, una satírica puesta en escena de una sensación colectiva que yo reconozco en este país. Como sucede con toda generalización, estoy siendo muy injusto con los individuos nacidos en estas tierras.

Esa descripción me suena familiar …

   Y en Argentina no es muy diferente. Muchos argentinos estás convencidos de ser lo mejor de la creación. Porque nosotros somos civilizados, no como los bolivianos y los paraguayos, pero tenemos corazón, no como los españoles o el resto de Europa. Los alemanes, por ejemplo, son pétreos adoquines con un témpano en lugar de corazón. Y que no nos comparen con los chilenos o con los uruguayos, si ellos darían una mano de su madre por ser argentinos.

Me imagino que en todo grupo tienen que existir mecanismos similares para preservar su existencia. Si un colectivo no puede convencer a sus miembros de que es mejor pertenecer a él que no hacerlo, seguramente terminará por extinguirse. Pero, en las dos sociedades en las que he vivido, este complejo de superioridad, parece ser un poco más agudo. Y en una novela en la que se caricaturiza tanto a la sociedad alemana como a la argentina, esta xenofobia y este racismo tenían que estar muy presentes.

Uno de los misterios que tarda en develar la misma historia es la figura de “The cat”. Si se puede adelantar… es un personaje? Un símbolo? Tiene algo que ver con algún miserable que anda dando vueltas por ahí?

   La novela se trata sobre la concentración de poder y las consecuencias nefastas y absurdas que puede tener. AF es el máximo exponente de esta realidad, es el agente que la lleva a cabo y la preserva. Y “The Cat” es una figura un tanto patética, un abanderado del neoliberalismo despótico, dispuesto a hacer cualquier cosa para obtener poder y reconocimiento. Es una herramienta de AF, pero es tan… como decirlo… deficiente en sus procesos mentales que representa un peligro para el mismo status quo que defiende.

En la historia de Argentina ha habido varios “gatos” de este tipo. Pero hubo uno los últimos años que propició mucho el sentimiento de injusticia e impotencia que me llevó a escribir esta novela. En la última década, ha habido en la política argentina hechos comprobados que son increíbles. Sobre todo por la falta de repercusiones reales que han tenido. Como ejemplos solo hay que pensar en la deuda de millones de dólares que el ex presidente Macri quiso condonar a las empresas de su familia, o en las dos empresas off-shore de las que se supo que también era presidente durante el escándalo de los Panama- pappers, o en la compra y reventa inmediata de campos eólicos que le dejó a su grupo económico una ganancia de 70 millones de dólares. Todos estos hechos están comprobados, no son especulaciones o acusaciones infundadas. Digo esto porque no quiero hacer partidismo, solo hablar de hechos. Y en Argentina muchas veces parece que una publicación de un periódico es una prueba a pesar de que somos muy conscientes de que varios medios (sobre todo los más grandes) son completamente obsecuentes con los centros de poder nacionales e internacionales.

En la última página se hace mención a crisis recientes, sin embargo la imagen del carnaval de Colonia en medio de los asesinatos traza ineludiblemente un puente con el mundial ’78

   La verdad es que no lo había pensado, pero es una excelente analogía. La imagen de la fiesta popular sobre centros de tortura y muerte es muy similar en ambos casos. En el ‘78, los verdugos fueron militares sádicos y desquiciados. Hace poco mi mamá me mandó una foto que yo nunca había visto de su casamiento en Córdoba. Ella y mi papá eran militantes de izquierda y la fiesta fue, por varios motivos, más bien pequeña. En la foto se los ve afuera, un grupo de muchachas y muchachos de apenas 20 años esperando para saludar a la novia y el novio. Hoy la mitad de esas personas está desaparecida. Incluido mi tío y su pareja. Y cuando yo veo esa foto y me doy cuenta de que no eran mayores que mis alumnos de la universidad, es cuando entiendo las dimensiones de lo que fue ese espanto. Pero, por supuesto, los militares no actuaron solos. Hoy en día se hace mucho hincapié en que fue una dictadura cívico-militar, porque la cooperación de los centros de concentración de capital fue imprescindible. Y no solo puertas adentro. El adoctrinamiento que hizo Francia sobre la tortura aplicada en Argel o la coordinación del Plan Cóndor que Estados Unidos llevó a cabo son solo dos ejemplos del rol de los centros de poder internacionales en relación a las dictaduras latinoamericanas.

No es casual el subtítulo que, anticipo, es la última línea del libro. Cuando se trata de los muertos producidos por la concentración de poder, “no ha pasado nada”. Ver a la distancia todos estos entramados y la abrupta caída del poder de consumo y de la calidad de vida de mi familia, de mis amigos y de la mayor parte de la población argentina, fue lo que me impulsó a escribir AF.

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2 Antworten zu “Entrevista al escritor argentino radicado en Colonia Rodrigo Díaz”

  1. Muchas gracias, Darío, por una hermosa nota. Memoria, Verdad, Justicia y Alegría para este 24 tan especial. Un fuerte abrazo.
    Rodrigo

  2. Muchas gracias por la nota y por transmitir las vivencias y las emociones. Un bello homenaje y en una fecha muy movilizadora….
    Liliana

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