Evo continúa siendo la alternativa rebelde

 

En América Latina los medios dominantes a menudo juegan un rol de partido político. Contribuyen a la desinformación instalando conjeturas, las cuales sustentan con rumores y condicionales. „Allegados a… afirman que…“, „habría pasado tal cosa“, “Fuentes confiables aseguran que…” En esa vorágine ilustrativa del género más violento que haya conocido el periodismo, se mezclan las fake news, la ausencia de fuentes comprobables y la complicidad envilecida de la rufianería más conservadora. La prensa en general no es neutra y tampoco tiene por qué serlo. Es que los medios dominantes concentrados no son cooperativas y las bajadas de línea no se deciden en asambleas. Son el instrumento político de una ideología corporativa neoliberal que extorsiona, demoniza, presiona y muchas veces se entromete en la cotidianidad democrática. En Argentina, por ejemplo, Clarin tuvo el poderío de hacer a Mauricio Macri presidente y de sostenerlo a través de un blindaje moral que sin la hegemonía de poder del grupo multimediático hubiera sido imposible. En Brasil, el multimedios Globo tuvo una relevancia central en el golpe institucional contra la presidenta Dilma Rousseff y en el posterior ascenso popular del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro, actual presidente.

En ese sentido Bolivia no es la excepción. Allí los medios de comunicación están en pocas manos. Existen dos grandes conglomerados mediáticos: El grupo Prisa, de origen español, que controla los diarios La Razón, El Nuevo Día, Extra, la red de televisión ATB. Y el Grupo Líder, de las familias Rivero-Canelas propietario de los diarios El Deber, La Prensa, Los Tiempos, Correo del Sur, El Potosí, Nuevo Sur, El Alteño, El Norte, Gente y un 40 por ciento del canal PAT. Además las familias Monasterios, Kuljis, Durán y Asbún controlan diversos medios escritos y televisivos. Basta con repasar en Internet el tratamiento que el grupo Prisa -con sede central quizás en el palacio de la zarzuela- le dio al enfrentamiento por la ley de hidrocarburos que llevó adelante el presidente Evo Morales para nacionalizar los recursos como parte de su política de soberanía nacional. A partir de semejante osadía, el proceso de satanización y desprestigio en todo el mundo que sufrió Evo Morales, hizo peligrar en más de una oportunidad el andamiaje democrático de la nación altiplana.

Pese al tratamiento hostil, desestabilizador y racista contra Evo, el mandatario indígena logró construir una fuerza popular indestructible que impulsó un crecimiento económico inédito en la historia de Bolivia. Antes de Evo se hablaba de secesión. Los presidentes hablaban con acento yanqui (el aristócrata Jorge Quiroga Ramírez de chico se fue a Estados Unidos, se crió ahí, se casó ahí y volvió a Bolivia para calzarse la banda presidencial) y la nación plurinacional era un sueño congelado en el lago Titicaca. El líder indígena llegó el 2006 a la presidencia del Estado con el 54% de los votos a su favor y fue reelecto en el 2009 y el 2014 con más del 60. Desde el 2006, Bolivia recorre un camino de transformación social, política y económica, que consolidó al país como el líder en crecimiento económico a nivel regional. El Jefe de Estado ganó con holgura además el referendo alentado por la oposición conservadora para revocar su mandato en 2008, cuando recibió el apoyo de 67 de cada 100 bolivianos. El resultado, una economía que creció 500% desde que “el hermano Evo” se puso al frente del Estado Boliviano.

Montañas de Berlin,

Radio Matraca

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